Sangre

—¡Es la libertad! —murmuró ávidamente Dreena—. ¡Y comida!

Sangre

—¡Basta, bruto! —dijo Smedley corriendo hacia él.

En su máquina del tiempo, Vron y Dreena, los dos últimos sobrevivientes de la raza de los vampiros, huyeron hacia el futuro para escapar de la aniquilación. Se estrechaban fuertemente las manos y se prodigaban mutuas palabras de consuelo, tan grandes eran su terror y su hambre.

—Te agradezco que hayas parado —dijo Dreena, suspirando.

La Tierra estaba preparada.

—¡Imbecilidades! —exclamó el señor Decker.

Estaba alerta y con el fusil preparado. A cincuenta mil años luz de su casa, luchando en un mundo extraño y dudando si viviría para volver a ver el suyo.

Era sencillo.

Tardó siete días.

Sangre

¡El triunfo es nuestro! Despejó la sala retirando los muebles contra las paredes.

—No se meta en lo que no le importa —dijo el joven, propinando un nuevo latigazo al can.

Hasta ahora no hemos conocido las dimensiones del Universo en el cual vivimos.

Él suspiró como aquel que suspira al oír una cosa por diezmilésima vez.

Seguramente lo suspenderían al día siguiente.

Aún peor -¡y qué absurdo!-, creía que el Blanco no es necesariamente bueno y el Negro no es necesariamente malo, que en la escala cósmica no importa quién gane la guerra.

Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía.

Sus tres amigos la contemplaron con atención.