Hay que ponerse en los zapatos de la gente, desde luego, pero mucho antes de suicidarme por haber caído en la indigencia, éste que os escribe entraría en un banco con un sencillo cuchillo y, sin hacer daño a nadie, conseguiría que el Estado me vistiera y alimentara mientras me voy leyendo la biblioteca de la cárcel.
Además, así conoces gente nueva e interesante.