Según los vecinos, los aullidos que se oían cuando pasabas cerca de la puerta 23 de la Calle Real eran de un monstruo. Y todos recomendaban no acercarte.
Un día ví la puerta entreabierta y me colé, el presunto monstruo era una persona con discapacidad severa y su anciano padre cuidándole. Los vecinos no le habían visto jamás por la vergüenza y culpa que rodea la discapacidad mental.
Pensar cuanta gente había encerrada en mi pueblo por el estigma, me dio escalofrios